¿A QUÉ llamo racismo vasco? Llamo racista vasco al que, partiendo de un ideal idiosincrático muy limitado de seriedad, consistencia, franqueza, honradez y esencialismo, se dirige y agrede a todo lo que sea moderno, barroco, variable, alegrista o imaginativo. Para el racista vasco las personas que cambian de opinión son sospechosas, los charlatanes no son buena gente y los poetas metafóricos no pueden ser más que snobs. Racista vasco era don Pío Baroja, que en su libro de memorias Juventud, egolatría escribe:
Sucede que, a veces, en un pueblo nuevo se reúne toda la torpeza provinciana, con la estupidez mundial, la sequedad y la incomprensión del terruño, con los detritus de la moda y de las majaderías de las cinco partes del mundo. Entonces brota un tipo petulante, huero, sin una virtud, sin una condición fuerte. Este es el tipo del americano. América es por excelencia el continente estúpido.El americano no ha pasado de ser un mono que imita.Yo no tengo motivo particular de odio contra los americanos; la hostilidad que siento contra ellos es por no haber conocido a uno que tuviera un aire de persona, un aire de hombre.Muchas veces, en el interior de España, en un pueblacho cualquiera, se encuentra un señor que habla de tal modo que le da a uno la impresión de que es un hombre fundido con la esencia más humana y más noble. En un momento de éstos se reconcilia uno con su país, con sus charlatanes y con sus chanchulleros.Esta impresión de hombre sereno, tranquilo, es la que no dan los americanos nunca; uno se nos aparece como un impulsivo atacado de furia sanguinaria; el otro, con una vanidad de bailarina; el tercero, con una soberbia ridícula.
El racista vasco no puede aguantar el hedonismo, la alegría irracional, los esfuerzos irregulares, los corazones asimétricos, las personas que por puro afán lúdico lo prueban todo y se dirigen hacia todas partes. Racista vasco era don Miguel de Unamuno, que en carta a José María Salaverría, en 1910, escribe esto:
Casi todo lo que usted dice sobre la Argentina podía haberlo yo dicho sin haber estado allá. Apenas añade nada a lo que ya sabemos; yo por lo menos. Francamente, no me satisface. Y no me satisface aunque corrobora todo lo que pienso de la Argentina, y que me la hace, en el fondo, tan antipática. El optimismo me carga, me carga la vanidad de parvenus, la parada, la superficialidad, y me carga sobre todo la riqueza. Viviría mejor en Colombia –¡qué tierra tan simpática!– que en esa petulante y huera Argentina. Huera, como Lugones. Pero señor, ¿quiere usted decirme qué ven ustedes en ese descoyuntador de frases y rebuscador de novedades? Rojas es otra cosa. Pero en el fondo todos alcanescos, todos altamirescos. Ramos Mejía… Uf! Ingenieros… Uf!, uf!, uf! No conozco sino un hombre de veras sólido y es uruguayo. No Rodó, no! Rodó es artificial y rebuscado. Es Vaz Ferreira. Lo demás todo improvisado, todo sin base, todo alcanesco. Alvarado, el que acompañó a Altamira en su viaje, viene mucho más impresionado de Méjico que de la Argentina. Lo creo.
En una entrevista concedida dos meses antes de morir, a la pregunta también racista sobre si la herencia bereber era responsable del guerracivilismo español, Unamuno contesta:
Es posible, pero otra sangre corre también en nuestras venas. De ésta no se habla nunca. Pero, para mí, tiene una gran importancia en la formación de nuestra raza y de nuestra mentalidad: es la sangre de los gitanos, esta población errante, de herreros, de paragüeros, de mercaderes de caballos, de cesteros, de adivinadoras, que se encuentran por todas partes en este país, incluso en el pueblo más pequeño. Estos gitanos tienen instintos primitivos, inhumanos, antisociales, y estoy persuadido de que es por ellos, sobre todo, que una herencia cruel se ha introducido en nosotros.
A esto llamo racismo vasco. Lo huelo a distancia porque yo mismo lo sufrí desde muy pequeño: cada vez que lloraba, cada vez que exageraba, cada vez que me alegraba demasiado, cada vez que era atrevido en mis comentarios o en mis actos, cada vez que hablaba mucho, cada vez que cambiaba de opinión, cada vez que me exteriorizaba, siempre tenía a algún familiar o vecino que me lo reprochaba y me instaba a tener "más fuste". ¡Cuántas veces no me habrán dicho a mí en Lauros “no me seas andaluz”, porque para el racista vasco el antiejemplo máximo es un prototipo que ellos mismos se han creado de lo andaluz! ¡El racismo vasco o viva el aburrimiento, que es sólido y silencioso y constante y nunca desentona, el racismo vasco o muera la alegría, que es frívola y cambiante y palabrera y no se deja fotografiar!